Introducción

Escenas de pudor y liviandad

La presente exposición versa sobre la participación de diez mujeres icónicas en la escena del teatro y el cine de fines del siglo XIX a la primera mitad del siglo XX en México. Sus nombres, de acuerdo a su debut cronológico son : Virginia Fábregas, Esperanza Iris, Mimí Derba, María Conesa, Lupe Rivas Cacho, María Tereza Montoya, Celia Montalván, Dolores del Río, Lupe Vélez y María Félix.

De estos personajes femeninos Carlos Monsiváis coleccionó la mayor parte de las fotografías que aquí se presentan y también habló de ellas en varios de sus textos, entre los que destaca el libro Escenas de pudor y liviandad, cuyos planteamientos inspiraron esta muestra, fundamentalmente a partir de esta cita:

“ En su afán de ser objeto de culto, unas actrices convierten – por requisito del cine mudo y el agregado de la soberana voluntad – todos sus actos en hazañas del comportamiento. Mujeres pérfidas, damas que se extinguen en recámaras sin luz, madres que agonizan en la obscuridad para no perturbar al hijo triunfante, los personajes de las divas son novedosos al reclamar para sí toda la atención en el universo masculino.”

La selección de obra visibiliza que los papeles interpretados por estas actrices – que a veces también cantaron, algunas con mayor virtud que otras -, y las postales para las que posaron, promovieron durante esa época ciertos roles sociales o etiquetas morales tanto a mujeres como a hombres. Por ello Monsiváis uso las palabras “pudor” y “liviandad”. La mujer pudorosa como la madre ideal, que actúa casi a nivel virginal, que algunas veces es abandonada por el hombre para hacer una vida más pasional o disipada, pero que idealmente tendría que ser el sostén del hogar. En contraparte, la mujer liviana que es la que sí tiene una vida sexual y puede ocuparse de sí misma, pero no es feliz por no formar una familia tradicional. Los hombres que deciden estar con estas últimas luchan por controlar los celos y no ser los únicos que las cortejan, también lidian con el estigma de no haber seleccionado a la pareja que concordaba con el modelo moral virtuoso.

Fuera de estas representaciones, las biografías de estas divas nos muestran su capacidad de incursionar en las empresas teatrales y cinematográficas, que primordialmente habían estado a cargo de personajes masculinos y también de destacar más allá de su apariencia.

Además de fotografías, el montaje se compone de audios proporcionados por la Fonoteca Nacional y Televisa Radio, así como fragmentos de vídeos con las apariciones cinematográficas de las mujeres reseñadas.

Conque así eran…

Tiples en las colecciones de Carlos Monsiváis.

Conque así eran… Así que por ellas se batían a duelo y por ellas se formaban durante horas en el teatro. Así que eso estaba mirando aquel joven que parecía leer tan interesado el curso de Sociología del maestro Antonio Caso. ¡Eran estas tarjetas!, y se compartían en las clases de la Escuela Preparatoria y en las oficinas de la Secretaría de Fomento. Así que estos ojos, estos brazos y estos labios hacían que el gobierno clausurara los teatros por inmoralidad. Y que, luego, los admiradores se cooperaran para pagar la multa y así las revistas teatrales pudieran seguir. Unas eran famosas por su belleza, otras por su arte dramático que arrancaba lágrimas y otras, por su manera de cantar los cuplés. De Mimí Derba, que también destacó como directora de cine, se decía que tenía “tres partes de Afrodita y una de Minerva”. A María Conesa la fue a ver al teatro el poeta Luis G. Urbina y escribió que en su boca “hasta el padre nuestro sería un atentado al pudor”. Y Celia Montalván, que dejó la imagen más memorable de su tiempo: ella misma cantando Mi querido capitán en la pasarela del Teatro Lírico.

Por estas tarjetas sabemos que el alma de nuestros antepasados no era completamente sepia, sino que estaba coloreada de tonos pasteles. Que era alegre y un poco ingenua. Al observarlas, sabemos un poquito más de Emiliano Zapata, de Victoriano Huerta, del general Obregón y de sus adictos, que, sin importar facción política, iban al teatro y hablaban este lenguaje del amor: “De las flores de mi jardín, / llenas de tristeza y de dolor, / guardo yo para ti un jazmín…”

Los ojos irónicos de Carlos Monsiváis se posaron largamente por estas tarjetas. Me perdonarán esta imagen, pero encaja perfectamente: como una mariposa de una flor, Monsiváis extrajo, de ellas, significados, interpretaciones, actitudes y la ideología de una época. Vio que estas mujeres eran el inicio de la liberación femenina; diosas de una religión que nadie se tomará la molestia de inventar; representantes de una pequeña industria de fotógrafos, maquillistas y decoradores; exiliadas de los hogares católicos; rostros que van de la alegría a la tragedia; y, sobre todo, símbolo de los beneficios de una época. Yo, cuando las miro, pienso que todavía comprendemos su antiguo lenguaje de erotismo y de frivolidad.

Pável Granados